A la hora de destacar a los tres mejores arquitectos de Turquía a lo largo de su historia, pocos dudarían en señalar a los tres siguientes: Antemio de Tralles, Isidoro de Mileto (quienes trabajaron en pareja) y Mimar Sinan. De sus diseños han salido los edificios más icónicos del país, de época bizantina y otomana. Aquí los repasamos.
Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto
Estos dos arquitectos trabajaron en equipo y, aunque no se sabe demasiado sobre sus carreras, su obra maestra ya les reserva un lugar destacado en la historia de la arquitectura: la basílica de Santa Sofía. Efectivamente, cuando ellos la proyectaron en el siglo VI era un templo cristiano dedicado a la santa sabiduría. Ocurrió en tiempos de Justiniano I, probablemente el emperador bizantino más importante, cuando trató de restablecer la grandeza del imperio romano con proyectos como este.
El primero pudo nacer en la antigua Tralles, hoy Aydın, y realizó otros proyectos como ingeniero, en el ámbito militar, como fortificaciones defensivas en la frontera bizantina con siria. El segundo nació en Mileto, la ciudad jonia de la costa turca del Egeo y probablemente ejerció como colaborador de Antemio, pero tuvo un bagaje cultural muy profundo, pues también realizó el más importante compendio de la obra de Arquímedes.
En la basílica de Santa Sofía, el gran hito fue la construcción de una cúpula monumental, con 33 metros de diámetro y una altura que alcanza los 55 metros desde el suelo. Para ello, el mérito está en la creación de un sistema de cúpula sobre pechinas, con dos semicúpulas más a modo de contrafuertes y, además, contrafuertes propiamente dichos en el exterior para reforzar aún más la estructura.
Mimar Sinan, el gran arquitecto otomano
Pero sin duda, en el imaginario turco, el gran arquitecto de la historia del país es Mimar Sinan. Fue el más prolífico de la época del imperio otomano. Pero su fama no deriva sólo de la cantidad de proyectos que realizó, sino también de su calidad, durabilidad y estilo: fue el verdadero creador de la arquitectura otomana, que después se extendió por otros muchos territorios de dicho imperio y hoy es claramente distintiva de otras.
Precisamente, su punto de partida fue Santa Sofía, convertida posteriormente en mezquita. Y lo concibió casi como un reto a superar, pues siempre tuvo presente una subestimación de los arquitectos musulmanes con respecto a los cristianos: consideraban que ninguno de ellos sería capaz de hacer una cúpula más grande que la de Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.
Con ese reto entre ceja y ceja, completó una carrera llena de obras maestras y, por supuesto, un templo en el que superaba a Santa Sofía: la de Solimán el Magnífico, también en Estambul, cuyas dimensiones alcanzan los 37 metros de diámetro, haciendo un sistema aún más sofisticado de cúpula y semicúpulas. Fue este sultán, uno de los más importantes de la historia otomana, su gran mecenas, para el que también elaboró otros muchos proyectos, como la mezquita dedicada a su hijo fallecido, la de Şehzade.
Pero aunque su trabajo se centró en Estambul, también realizó grandes obras en otras ciudades, como Edirne (mezquita de Selim) o en Damasco (mezquita Tekkiye). Además, realizó numerosas e importantes obras civiles, como el Puente Mehmed Paša Sokolović, en Bosnia Herzegovina, catalogado como Patrimonio Mundial por la Unesco.
Los datos sobre su carrera lo dicen todo, pues se le atribuye la proyección de unas 475 construcciones, de las cuales casi 200 siguen en pie. Casi 100 son grandes mezquitas, pero también una treintena de palacios y una veintena de mausoleos. Por todo ello, se le sitúa a la altura de arquitectos universales y contemporáneos a él, como Miguel Ángel.